Requiem por un arácnido

Todas las arañas lo sabían, lo cantaban desde la primera canción de cuna, al último de los requiems arácnidos; una vez que oías la música de la Diosa, eras araña muerta.

Otras historias contaban anécdotas menos trágicas, sobre cómo la canción había sanado a quienes por milagro o compasión, habían logrado salvar ilesos el final de la canción.

Pero cuando la oías, era la gloria. La sentías venir por todo lugar capaz de transportar la gran vibración: primero, en todo agujero que contenga nuestro refugio; segundo, en todo el tejido que conforma nuestro hogar. Cada hebra de cada tela de araña vibra, al unísono. Y luego nosotros con ella.

Y algunos, son irrefrenablemente atraídos al origen de ésta maravillosa vibración, a la visión perfecta de la Diosa en todo su esplendor. De los colores que emanan de ella; mientras teje cuerda contra cuerda, la más bella de todas las canciones...

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- ¿Uh? ¿qué pasó? ¿por qué dejaste de tocar violín?
- Tenía una araña... pero ya la maté.


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