¿Cómo se los explico, hijos míos?

- A mis hijos, y a los suyos.



Salí del trabajo temprano, pues tenía que cuidarlos a ambos. Caminé hasta el metro y en mi caminar me topé con la clase alta de nuestro país; esa que no dice gracias ni pide por favor, esa que vive ajena en un país que no es este mismo, en un país que existe de Plaza Italia hacia arriba.

Algunos tosían y se tapaban la boca con bufandas y pañuelos, a otros les lagrimeaban los ojos y sentí la brisa tibia proveniente de la costa, cargada de químicos irritantes.

Recuerdo cuando tenía 4 años; por allá por el año 84’, y una bomba lacrimógena cayó en el patio de la casa de mi abuela, en donde mi padre había construido una mediagua para que tuviéramos un lugar donde vivir. Recuerdo vagamente el limón y los pañuelos, pero recuerdo con claridad el ardor y la falta de aire. Después de eso no recuerdo nada más hasta el día siguiente.

No tosí; por algún motivo que desconozco, las bombas lacrimógenas no me causan mayor molestia. Subí a un metro vacío (cosa rara a la hora de almuerzo en Santiago) y me dirigí a nuestro departamento. En cada estación de metro sentí la urgencia de bajarme y sumarme a las movilizaciones; que al fin y al cabo, eran en pro de su futuro.

El 2006, transitaba por la alameda cuando me encontré de frente con las manifestaciones de los pingüinos. Dejé todo lo que tenía que hacer de lado y me sumé, el 2006 mi hija mayor ya tenía casi 8 años. Ella ya era una estudiante.

Pensé en buscarlos y partir hacia el centro a manifestarme junto con el resto de mis coterráneos, pero la violencia que se generó ese 4 de Agosto fue especial. Nunca le he temido al lumpen; es más, siempre he creído que los manifestantes organizados podrían detenerlos sin ninguna dificultad. El problema fue la represión policial. Se había advertido que disolverían las manifestaciones de cualquier modo y eso fue lo que hicieron. Un contingente de cientos de carabineros esperaba pacientemente en Plaza Italia desde la madrugada, premunidos de gases y palos.

Llegué al hogar a prender la televisión, preocupado por lo que sucedía en mi país, y al igual que todos los días de estos últimos casi 2 años, las noticias informaban cosas muy distintas a las que realmente pasaban. Decidí informarme por Internet y cosa curiosa, no habían disturbios y los carabineros repartían violencia a diestra y siniestra a niños que podrían ser sus hijos. Vi también (y esto es importante) a algunos carabineros prestando servicios solidarios a algunos afectados de las lacrimógenas y los carros lanza agua. Nunca lo olviden hijos, hay buenas personas en ambos bandos, no sean prejuiciosos.

A su bisabuelo; que era militar, se le ordenó un 11 de Septiembre salir a las calles a reprimir tal y como reprimieron este frío día de Agosto, el se negó a violentar a los Chilenos que tanto quería y se que encomendó al trabajo de escritorio. Días después, moriría de un ataque cardíaco fulminante. Si existe un Dios le agradezco, pues el no alcanzó a ver lo que los propios chilenos se hicieron a si mismos.

En las noticias hablaban de fútbol, mientras en la calle a los reporteros gráficos se les encendían bombas lacrimógenas en la cara y se les detenía sin ninguna razón. La gente salió a la calle y, acogiendo el llamado a manifestarse contra la violencia, golpearon sus cacerolas repudiando la vulneración a los derechos de las personas. La manifestación ya no era solamente por la educación y las deudas que se adquieren al estudiar en Chile.

Mi madre; vuestra abuela, celebraría el mismo año el fin de la dictadura y el pago de la última cuota de su crédito con aval del estado… diez años después de haberse titulado.

Hay mas manifestaciones programadas, a las cuales pretendemos ir con ustedes de darse las condiciones de seguridad básicas. Espero que para cuando sean capaces de entender estas palabras, sean concientes de que todo un pueblo luchó por su futuro, el de sus hermanos y amigos.

Espero también que cuando entiendan estas letras, la educación sea gratuita y de calidad.

Papá.



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